El paquete de yerba para el Papa Francisco
Hoy
quiero contarles acerca de la inigualable experiencia que tuve al ver al Papa
Francisco en la Piazza San Pietro, Roma. Espero poder encontrar las palabras
que definan tamaña sensación de gozo, plenitud, alegría y hasta ternura que
este enviado de Dios despierta.
Fue
en Mayo de 2014 en que viajamos con mi compañero a Roma. Nuestra salida estaba
prevista para el lunes 19 de Mayo y por esas cosas inexplicables del destino,
nuestra conexión Foz de Iguazú-Río de
Janeiro-Roma, se canceló- En
principio, la compañía aérea pretendió reubicarnos en un vuelo al día siguiente,
pero tenía en mis manos la tarjeta de la Preffetura della Casa Pontificia, que
rezaba : “Udienza Generale di Sua Santitá Francesco”- mercoledí 21 maggio 2014
– ore 10,30
Si
volábamos al día siguiente, llegaríamos a Roma el miércoles a las 2 de la
tarde. De ninguna manera podíamos aceptar ese vuelo. Fueron meses de
preparativos e ilusiones, de mirar la agenda Papal, día tras día. De juntar
cartas de amistades para ser entregadas al Papa. Hasta un paquete de Yerba
llevaba para Francisco.
Perder semejante audiencia no estaba en
nuestros planes. Fue así que un poco en español y otro poco en portugués,
discutimos, nos enojamos, nos amotinamos y seis horas más tarde estábamos
volando a Munich, Alemania, y desde allí haríamos la conexión a
Roma.
No era un día cualquiera y en una ciudad cualquiera….era el 21 de Mayo en que debíamos estar en Roma..cueste lo que cueste
Fue
así que el martes 20 por la tarde llegamos al aeropuerto de Fiumicino; Roma.
Muy cansados y agotados , con las piernas hinchadas pero felices porque
estaríamos al día siguiente en la Audiencia Papal. De allí derechito al Hotel a
descansar y a prepararnos para madrugar al día siguiente.
La Audiencia estaba prevista para
las 10:30 hs.. Es así que antes de las 7 de la mañana estábamos correctamente
vestidos y perfumados, paraditos frente a la Agencia de Viajes que se
encargaría de llevarnos a todos los que hablábamos español a la Plaza de San
Pedro.
Nos subieron a un micro, la guía de turismo,
una muchacha de tez africana muy bella,
esbelta y con rasgos de ser una atleta, nos explicó en un pobre español que una vez fuera del micro, debíamos
seguirla y en caso de no hacerlo, debíamos guiarnos por el banderín que llevaba
con ella en una especie de mini estandarte.
De
todos modos el idioma italiano es bellísimo y entendible para cualquiera que
quiera entenderlo. Nos explicó muchas veces que debíamos caminar rápido,
seguirla, para no perder las ubicaciones porque habría mucha gente.
Lo
que no nos dijo, fue que el micro nos dejaría a más de 600 metros de la Plaza, casi
fuera del Vaticano, y que debíamos trotar detrás de ella, no caminar,
prácticamente correr. Lo que por supuesto fue imposible. Mirábamos con tristeza
como el banderín se alejaba de nosotros que a duras penas podíamos trotar en
las calles adoquinadas de Roma.
Sin
embargo, recorrimos esos 600 metros y llegamos prácticamente con la lengua
afuera. Ya había mucha gente haciendo la fila para ingresar a la Plaza que se
encuentra frente a la Basílica. Con carteles, con banderas, con botellas de
agua en la mano para soportar el calor, los peregrinos se agolpaban alrededor
de las barandas de madera que demarcaban el recorrido por el cual pasaría el Papa
Francisco entre ellos.
Nos
ubicamos casi al final de la Plaza, ya que como nos habían aconsejado, debíamos
intentar estar cerca de las barandas. Ardua tarea, que no logramos, sino que
estábamos a 2 o 3 filas de ella. Por más
de 2 horas permanecimos bajo el sol radiante de Roma. El cielo era celeste, sin
nubes, el calor agobiaba, la gente comenzaba a apretujarse y a empujarse.
Peregrinos de todo el mundo reunidos allí para verlo.
El
sólo hecho de estar ahí, en el Vaticano, frente a la Plaza, esperando ver al Papa
Francisco, ya me ponía la piel de gallina.
A las 10:15 hs comenzaron a cerrar los portones de madera. Y los
guardias se ubicaron en las puertas de entrada y salida. A lo lejos se oían
cantos, murmullos y gritos de júbilo.
La
puntualidad vaticana impecable. A lo lejos veíamos acercarse el papa móvil y a
medida que se acercaba más fuertes eran los gritos, los cantos, manos en alto
con cámaras fotográficas y celulares, las banderas de todos los países que bajo
el sol parecían brillar. Sombrillas de colores y carteles que se agitaban al
paso del papa.
Mi compañero y yo, envueltos en nuestras banderas argentinas, yo con la cámara fotográfica en la mano derecha, y en la izquierda mi paquete de yerba-junto a las cartas y una banderita de Argentina que agitaba sin cesar. ( como ven en la primera foto)
No sé cómo ni en qué momento, pero
me encontraba apretujada sobre la baranda, fueron esos segundos eternos que
todavía llevo tatuados en mis pupilas y
los llevaré por siempre. El papa móvil frente a mí, los guardias de traje
ofreciendo sus manos para aceptar los regalos que la gente lleva al Papa. Grité
Francisco ¡!! Con toda mi fuerza, entregué al guardia mi paquete de yerba, las
cartas y hasta la banderita, a la vez sacaba fotos a todo, sin mirar a la cámara,
simplemente apretaba el obturador, porque el tiempo era único , corto y quería
verlo, mirarlo, sentir su presencia.
No importó el calor, ni las horas de
espera bajo el sol. No importó hacer la conexión a Munich para poder estar ahí.
Lo había visto y había entregado mi paquete de Yerba.
No encuentro palabras
para poder expresar en líneas la inmensa sensación de gozo y plenitud que
siento en mi piel y en mi corazón cada vez que lo recuerdo.
Siempre
digo que viajando se crece, se conoce y se aprende. De cada lugar que
conozco saco algo positivo y alguna
cosa, o detalle que me sirva para los próximos viajes .Puntualmente, de este
viaje aprendí a no apurarme, a relajarme y a dejar que las cosas se desarrollen
como deben.
Dos
semanas más tarde, el miércoles 4 de Junio todavía estábamos en Roma, caminando
por sus calles de adoquines bajo el sol. Esta vez, me dije, no voy a apurarme
ni voy a correr 600 metros. Nos levantamos no tan temprano y nos tomamos un
taxi que nos dejó en la puerta misma del Vaticano.
Llegamos
a la plaza San Pedro a las 10 en punto, y cuando cerraron los portones nos
ubicamos en la puerta, saqué mi bandera y la até por la baranda. En 15 minutos
exactos tuvimos al papa nuevamente ahí, frente a frente. Una vez más sentimos
el calor de su presencia, la voz que llega al corazón, la mirada que enternece
y apasiona.
Como
dicen los italianos “ Francisco, un Papa che parla anche al cuore”
Mókira
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