El barco que vino de Aruba
Dos cosas puntuales que me pasaron en este paradisíaco destino. La primera fue en la fila de entrada a la isla, en el aeropuerto.
Desde el avión ya divisé el color turquesa del mar, nunca antes visto. Un turquesa que parece mágico, que enamora, que no podés dejar de mirar, arenas blancas, y los arbolitos torcidos que después supe son característicos de esta isla, los Divi. Son como la brújula natural de Aruba, todos mirando al suroeste, debido a los vientos que soplan en la isla. Palmeras enormes que completaban este combo de colores difícil de olvidar.
Aterrizamos y ya se sentía esa brisa caliente, ese vientito acompañado de voces y gente apurada por ingresar al aeropuerto, donde había aire acondicionado, lógicamente. Hicimos la fila detrás de una pareja, y me pongo a conversar con una señora mayor, ¿qué raro, no? ¬, que yo me ponga a conversar, y con personas mayores. Esta señora dice: es la tercera vez que vengo a Aruba, no voy a otros lugares, esto es un paraíso. Bueno, pensé: ¿ porque no irá a conocer otras playas del Caribe?, si hay cientos de islas. Una más linda que la otra.
He allí mi error, y mi incredulidad. No existe un paraíso mejor que este. Fui una, dos, tres veces y mientras pueda seguiré yendo a la Isla donde nunca llueve. Moraleja: No juzgar así tan livianamente, sin saber.
Lo segundo que me pasó, fue que en recorridas por los negocios del centro, unos piringundines llenos de color, clásicos de los puertos, con adornos hechos con caracoles, llamadores , souvenires y cosas por el estilo, nos encontramos con varios barcos, esos que son hechos con maderitas lustradas, y telas, milimétricamente medidos y a escala. Soñado el barco. Lo imaginamos en nuestro living, lo vimos una tarde, y al día siguiente pasamos a verlo de nuevo, y al siguiente, y al siguiente. Pareciera como que nos llamaba: Hey llévame, llévame. El último día de paseo, el viejis, mi eterno compañero de andanzas, se decide y lo compra. Dato de color: el bello barco de colección mide 70 cm de largo por otros tantos de ancho y alto. Pensé: ¿ cómo lo llevamos si en la valija no entra? Pero los vendedores que todo lo saben dijeron: ¨no problem¨
Y así al día siguiente, recibí en el Hotel un embalaje inmenso e incómodo de agarrar, bajo el brazo no me daba, con una mano, menos, debía llevarlo con las dos . Sin contar la mochila, que no sería problema, sino la valijita carrión de cada uno y las 2 valijotas de ambos, ah…cada uno, si la matemática no falla: Ekeko me envidiaría.
Llegamos al aeropuerto con todos nuestros bártulos, uno empujaba las valijas, la otra la remaba empujando con los pies, con la mochila puesta y el divino y amoroso barco entre mis manos. De solo pensar que tendría que viajar con él a mi lado todo el tiempo, lo hubiese dejado, e iría a visitarlo en otra oportunidad. No me dejaron despacharlo, porque era algo muy frágil, pagamos exceso y lo tuve q llevar conmigo, arriba. Más la mochila, más las boludeces de última hora , ahí estábamos los dos sentaditos con el barquito en el compartimiento de adelante, donde las azafatas guardan sacos y trajes y demás.
Volamos a Panamá, donde haríamos trasbordo , y de allí a Asunción. Llegamos a Tocumén, el aeropuerto internacional, bajamos, yo siempre con mi nuevo compañero en brazos, buscamos puerta de trasbordo, siempre con poco tiempo, Pareciera que en los aeropuertos, los tiempos siempre son mezquinos y las distancias kilométricas. Y así con el tiempo justo subimos al avión que nos llevaría a Asunción, mismo protocolo, subir con el bebébarco en brazos, acomodarlo, etc.,
Pasaban los minutos y el avión no despegaba, hasta que nos avisan que por problemas técnicos, se cancelaba el vuelo, serían las 10 de la noche más o menos. La cuestión es que nos asignaron Hotel y a la mañana siguiente nos irían a buscar para tomar el vuelo de las 6am. Hoy que lo pienso: ¿ porque no nos quedamos a dormir? ahí nomás. Me hubiese evitado el trajín de retirar equipaje, subir a un micro, bajar en el Hotel, cuando ya eran las 1 de la mañana, porque el Hotel en Panamá está en el centro de la ciudad y el aeropuerto en las afueras, y Panamá es famosa por los embotellamientos de sus avenidas…
Y entonces, la historia siguió su desarrollo, retiramos equipajes, cargamos ese mismo equipaje a la bodega del micro, valga la redundancia, subimos al micro, con el bebé barco en brazos, llegamos al Hotel asignado, un Riu Palace que poco me importó, allí, hice la gran viejis y divisé un botón, le dí una propina y ni falta hizo que pidiera ayuda, me llevó las 4 valijas , más el barcobebé a la habitación.
Dormimos 3 horas, esperamos el micro, y todo el trajín propio de subir, bajar, acomodar y cuidar al paquete frágil que se acomodaba en mi regazo y por fin al aeropuerto nuevamente.
Cuando aterrizamos en el Silvio Petirossi de Asunción, por fin respiré aliviada, mi barcobebé estaba acomodado en el asiento de atrás del auto, y no se movería hasta llegar a nuestra sala, donde su lugarcito sobre un mueble lo estaba esperando.
Y colorín, colorado, esta historia ha terminado
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